The last Chans

Sigue sin tener la rapidez de Observa, ni la agudeza de Montevideo.com, ni la agilidad de Pimba. Mejor andate rápìdo

martes, noviembre 28, 2006

Uruguay nomá (nos estamos yendo al carajo)

Hoy salí a la calle y quedé azorado. Ya lo había escuchado en dos radios, pero bueno, con el quilombo mediático que se generó, era lógico.
Salí a correr por la rambla (el sábado voy a meter 40 minutos en la M4), pero antes entré a un quiosco a comprarme un alfajor para no morirme de inanición, y ahí, en medio de Pocitos, deseé estar en Mauritania.

Vecina: -¿Viste que nos quedamos sin sueño?
Vendedora: -¿Cómo?
Vecina: -Sí, quedó afuera Rojitas, el de Bailando por un sueño
Vendedora: -¿En serio? ¿No era hoy?
Vecina: -Pero viene grabado. Perdimos. Mejor., así nos ilusionábamos hasta el final


Se me atragantó el alfajor. Menos mal que se acabó la idiotez creada en torno del pobre flaco, que en unas semanas paso de bailar en Quién, a convertirse en surrealisata héroe nacional, que llegó a ser tomado como un actor más en el conflicto por las papeleras. Que llevó a hablar a Sofovich de política, y peor, que Showmatch fuera una fuente noticiosa. Y lo frutilla de la torta: a que 40.000 uruguayos gastaran 10.000 dólares para que se quedara Rojitas, el estandarte nacional, en vez de donarlos directamente a Un Techo Para Uruguay. Como dice Darwin Desbocatti, que no me hablen más de la solidaridad de los uruguayos, porque ya demostraron que ponen plata para cualquier imbecilidad. Así que no quiero ver al domingo gente llorando con la Teletón.
Lo repito: este país se está yendo al carajo en serio, y en 10 años seremos un país centroamericano con un Chávez de presidente.


Llegué a los 7 km en 35. Culpa del alfajor. O de la vecina.

viernes, noviembre 10, 2006

Crónicas de viaje (I): Te van a estar esperando


Beijing, domingo 17 horas (7 de la mañana de Uruguay). El aeropuerto nacional abarrotado de gente, especialmente de africanos que llegan a la cumbre de países de ese continente con China. Había intentado averiguar el hotel y algún contacto de alguien, pero desde la embajada nunca me brindaron la información.
-Tranquilo, te van a estar esperando-, me dijeron.
Y yo esperé.
Con 25 kilos encima (20 de la valija, 5 de la mochila), y 32 horas de viaje (Vía Buenos Aires, Washington y San Francisco), esperé. Una vuelta para ver los carteles, otra para reconfirmar, pero entre los africanos y un grupo de hindúes que acababan de llegar, encontrar un nombre latino era un chiste. Nada.
10 minutos, 15, 20. Nada. Pasa una pareja hablando en un inconfundible porteño.
-Disculpen, ¿son de Argentina?
-Si, ¿vos?
- De Uruguay. ¿Por casualidad son periodistas?.
-No, ¿por?-
-Porque estoy hace meda hora acá y nadie me esperó. Estoy en el medio de Beijing y no se para donde ir.-

Crónicas de viaje (II): 598-2. ¿Hola?




Encontrar un teléfono fue una quimera. Claro, hacer entender que uno es periodista, que viene invitado por el gobierno, y que no sabe a qué hotel va y quien lo espera, y encima decir que es de Uruguay, es un cuento tragicómico.
Pero lo encontré. Había que llamar, mejor dicho había que hacerle entender al vendedor, un chinito de no más de 18 años, que quería llamar a Uruguay.

A Uruguay. Iuruguei. South America.
-Oh Oh, America- y me mostraba el código de EEUU
-No, South America.-
Mejor lo busco yo.
Primero el código para salir de China. Después el 598 -2 bendito. Después encontrar alguien de la embajada un domingo a las 8 de la mañana. Después llamar a casa para que insistieran.
Luego de una hora y media conseguí los datos tan esperados: Beijing Internacional Hotel y Xu Wei, o Diana en español.
Pero tenía que deshacerme del empleado del aeropuerto que me ayudaba a discar. Una lucha idiomática cuerpo a cuerpo, para hacerle entender que quería llegar y dormir. Y él que quería que me tomara algo más caro, pero que llegaba más rápido. O eso le entendía yo en ese inglés chapurriento que espetaba.
Me terminé subiendo con el al taxi. Le indicó al taxista a donde ir y le pregunté de que trabajaba en el aeropuerto, como para acompañar a un turista en un viaje de 20 minutos al centro y después volver. Le entendí que era ayudante. Se puso a hablar con el chofer, y a reírse, mientras yo miraba por la ventana una ciudad gigante con calles anchas como autopistas., como si todas las esquinas fueran una Nueve de Julio y Corrientes. Pregunté una vez de que hablaban pero a la segunda era obvio que molestaba. Y no era muy difícil imaginarme en la bañera de un hotel, frente a un letrero pintado en sangre que decía que mis hígados los estaba comprando un marroquí en la frontera con Mongolia.

Crónicas de viaje (III)




Diana y Chuck Norris


Pero llegamos al hotel, y encontré a Diana, que me esperaba. No era la de Gales, sino una más fea, petisa, y con cara de china, con rostro para tras, la frente hacia adelante, los ojos medianamente rasgados y el pelo profundamente negro, sin forma, muy oficial. Era una de las funcionarias del Ministerio de Relaciones exteriores, nuestra traductora en ese semana. Nunca salude con tanta alegría a un auténtico desconocido, y encima, que por omisión me había hecho pasar uno de los peores ratos de mi vida. Se justificó en dificultoso español. Bah, más bien no se justificó. Y juzgué que ella hizo lo más lógico en su cabeza: si no se ajustaba al plan lógico, no era su responsabilidad.
- Lo esperábamos a las dos de la tarde. Hasta tres y media.
- -Ah. Bueno- (silencio) -¿Que hago?-
- -Tome este libro- (China: datos y números Ediciones Xixhuan. Beijing, 2003).-Nos vemos mañana a las 9.-
- ¿Qué? Puedo comer? Puedo hacer una llamada? ¿Puedo conocer a mis compañeros?
- Por supuesto. Hable con los señores de la recepción.

Tuve que pagarle US$ 20 propina al del aeropuerto, que se quedó parado en mi habitación esperando algo. Espero que eso fuera lo que quisiera. Mi primer día en china terminó comiendo un Jam and Cheese en un restaurant vacío, llamando a Montevideo a decir que estaba vivo, y viendo CNN Asia, el contacto más directo con algo que no fuese chino. Y me dormí viendo en HBO una de Chuck Norris.

Who links to me?